Cada día odio más el fútbol

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violencia en el fútbol

Vergüenza, bochorno, ridículo… y decenas de adjetivos no muy edificantes podría escribir para intentar relatar lo que siento cada vez que veo peleas de padres -con los árbitros o entre ellos- delante de sus propios hijos al finalizar un partido de fútbol, normalmente porque piensan que el colegiado les ha perjudicado en el resultado.

Y no son casos aislados, hay muchísimos. El Sindicato de Árbitros denuncia que suelen sufrir 50 agresiones físicas cada fin de semana. Pero solo tienen relevancia mediática cuando algún espectador graba los altercados con el móvil y las televisiones emiten la bronca en los informativos de máxima audiencia. Entonces nos echamos las manos a la cabeza. Observamos esa agresividad tumultuaria, esa irracionalidad mientras los niños lloran, se enfadan y no entienden nada, que hiela la sangre de hasta el más tranquilo.

Son especialmente lamentables los últimos sucesos que han saltado a la palestra por la tierna edad de los jugadores. En prebenjamines (7 años de edad) los padres del Bosco de Árevalo intentaron agredir al árbitro cuando el Diocesanos de Ávila marcó un gol en el último minuto con el que ganaban el partido y el Campeonato. Más delito tiene la pelea entre los padres del Atlético Barrio La Luz-Xirivella y el Marítimo Cabanyal en un partido en la categoría de querubines, niños de entre 4 y 5 años, por el mismo motivo.

Pero no es de extrañar si vamos a ver un partido de escolares. Los padres se quejan desde la grada de las decisiones arbitrales, tienen piques con los progenitores del equipo contrario, chillan, insultan constantemente de forma antideportiva, y critican con saña a los adversarios futbolísticos de sus hijos. Se ve el germen de auténticos forofos.

Las peleas siempre en los partidos fútbol

Lo más curioso es que no se ven estas nefastas noticias, al menos yo no, en partidos escolares de baloncesto, balonmano, hockey o rugby, deportes en los que incluso hay mucho más contacto físico. No, siempre es maldito fútbol; deporte en el que todos somos entrenadores, expertos colegiados arbitrales e incluso, algunos, energúmenos descerebrados. Un pequeño apunte, aunque pensemos que nuestro hijo puede llegar a ser profesional, tengamos en cuenta que sus posibilidades son muy remotas. Quizás así nos lo tomemos como lo que realmente es, un juego que les divierte enormemente.

Los padres debemos entender que el deporte escolar es una faceta más en la educación y formación de nuestros hijos, que además de potenciar su destreza y capacidad física, debe ayudarles a inculcar los valores nobles que tiene: compañerismo, solidaridad, esfuerzo, sacrificio, trabajo en equipo, competitividad bien entendida, etc. ¿Es importante el resultado? Sí, claro; es bueno y estimulante ganar, pero más aún saber perder. ¿A veces injustamente? Puede ser. La vida es a veces injusta y no por eso debemos arremeter contra todos y todo. Precisamente, el deporte nos enseña lo contrario, después de una derrota tenemos que levantarnos y luchar por intentar ganar la próxima vez.

Es inadmisible es que los padres traslademos a nuestros hijos las connotaciones tan negativas de este maravilloso y emocionante deporte. Si damos este ejemplo, no nos extrañemos que cuando sean mayores se apunten en una peña ultra con el único objetivo de liarse a mamporros con las aficiones rivales.fútbol americano

¿Cuáles son las causas de esta agresividad? Me lo pregunto constantemente, y no lo entiendo mucho. Es muy singular que en los partidos de fútbol americano, deporte violentísimo, no ocurran peleas de las aficiones. Menos aún en los partidos de hockey sobre hielo, en los cuales los jugadores se dan de tortas y parece que forma parte del show. Como actitud encomiable está el deporte del rugby, donde después de ochenta minutos de empujones, golpes, pisotones, placajes y esfuerzo tenaz, equipos y aficiones rivales lo celebran juntos en el famoso tercer tiempo.

‘Me tienen manía porque son guapo, rico y juego muy bien’

No sé la causa de esta catarsis de locura colectiva que provoca el fútbol en los aficionados, pero desde luego hay varios aspectos que no me gustan nada, y que supongo que no ayudan a relajar al aficionado. No conozco un deporte donde se protesten tanto las decisiones de los árbitros y que apenas pase nada (me preocupa que en el baloncesto se estén incrementando las protestas). Algunos grandes futbolistas son realmente cansinos y repulsivos. No hay otro juego donde los jugadores simulen, teatralicen y echen tanto cuento cuando les hacen (o no) una falta. Y, por supuesto, no hay un deporte donde el ego sea tan desmedido como en el fútbol. ¿Os imagináis a Nadal o a Federer diciendo, la gente me tiene manía porque soy guapo, juego muy bien al tenis y gano mucho dinero?

En fin, supongo que los medios de comunicación también tienen algo parte de culpa. Las victorias y las derrotas se venden como auténticas heroicidades o dramas. Las celebraciones por la consecución de un título y toda la atención que reciben de los medios me parecen de lo más infantil. No sé donde está la gracia de pasarse cuatro horas gritando «Campeones, campeones, oe, oe, oe» en una fuente pública con miles de aficionados más.

Pero lo que desde luego me revienta es que existan programas tan malos como El Chiringuito, del inefable Pedrerol, donde los tertulianos son tan hooligans como los de la más peligrosa torzida brasileña. Creo que empequeñecen en gritos y falta de cordura a los de su programa hermano (por las formas) Sálvame.

Dicho lo cual, que quede claro que el fútbol me apasiona y que espero que la selección española vuelva a ser campeona del mundo. Eso sí, lo celebraré en mi casa.

Chema Rodríguez
Director