Fin de semana con mamá

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Fin de semana con mamá

¡Por fin es viernes! Lo repetía, en mi cabeza, como cada fin de semana al dejar la oficina hasta el lunes. Barajando un montón de planes –no todos posibles ni compatibles- para disfrutar con mi hija Nerea, de 12 años, y con mis amigas, llegué a casa sobre las 15:45. Allí estaba el sofá, tentador, frente a él la gran pantalla de la tele y, sobre la mesita, dos libros, que –algo extraño en mí- alternaba en lectura. Como cada viernes, había tomado un tentempié en la ‘ofi’ (solo me gusta comer tarde los sábados y los domingos). Y decidí tumbarme un ratito.

Viernes: buen inicio del finde

Sin darme cuenta –me pareció que solo habían pasado 5 minutos desde que me derrumbé en el sofá, y no era así-, a las 17:30, ya estaba entrando por la puerta Nerea, feliz como siempre, con los auriculares. Eso sí, nada más llegar a casa siempre se los quita. Al principio, fui reacia al regalo que le hizo su padre en su último cumpleaños, un iPad. Después, entendí que la niña hacía un uso controlado de él y, afortunadamente, mi ex marido y yo estamos de acuerdo en ello, como en muchas otras cosas referentes a Nerea.

¿Qué música escucha en el iPad? Pues un poco de todo, pero le entusiasma el k-pop (me he tenido que poner al día; no conocía esa música coreana que aglutina varios estilos). Pero lo mismo que escucha los temas de Girls’ Generation, un grupo de chicas coreanas, también le gustan las canciones de Rosalía, por ejemplo. Me parece bien que en sus gustos sea ecléctica. Con la ropa ya es otra historia: faldas con mucho vuelo, tipo tutú; un poco estilo princesita, pero con una mezcla de colorines y complementos que me parecen imposibles. ¡En fin!, tiempo al tiempo.

Los viernes que estamos juntas celebramos nuestro momento especial: película y palomitas. Elegí una de mis clásicas: Blade Runner (la versión íntegra, que yo vi muy posteriormente a su estreno, ya que nací en 1979 y el film es de poco después). A Nerea le encantó. Alucinaba con un futuro que se situaba en el año actual ¡y con los replicantes! Después, salimos un ratito con Bru, nuestro perro y, de regreso y después de una cena ligera, a dormir.

Sábado: comida oriental y mucha magia

El sábado le prometí a mi hija algo especial: comer en un restaurante (oriental, por supuesto, como la mayoría de sus gustos actuales; a mí también me gustan) y un espectáculo. Cuando señalo lo de ‘especial’ es porque no ocurre todos los fines de semana. No queremos compensar a nuestra hija con agasajos por nuestro divorcio. Sería un despropósito. Pero me habéis pedido que os dé mi testimonio de un fin de semana y, lógicamente, he elegido uno que salió redondo. No todos son así; ni yo soy una madre perfecta ni mi hija, con su punto de rebeldía del que yo también hice uso a su edad, comparte todo lo que digo o propongo. Normal; que se lo pregunten a mi madre. Pero, en cualquier caso, quiero que disfrute de todo y todo lo que pueda.

Pues bien, ese sábado, después de desayunar (ella: leche con cacao y un bol de yogur con cereales añadidos; yo: café con leche y un kiwi), salimos a dar un largo paseo con Bru. Nerea ya iba pensando en la carta del restaurante, que ya habíamos ojeado en Facebook. Fue una buena recomendación de unos amigos. Uemura (en la calle Sánchez Pacheco, 84, muy cerca de casa, en el barrio madrileño de Prosperidad) fue una estupenda elección. Mi hija ‘muere’ por el sushi y los niguiris de salmón. De entrante, compartimos unas gyozas (estupendas) y yo me conformé (hubiese comido más) con una excelente tempura de verduras y langostinos. De postre, rocas de trufas caseras de té verde. A las 15:30 volvimos a casa; Bru nos esperaba.

Después llegaron mi amiga Lidia y su hija, María, unos meses menor que la mía. Amigas las madres y amigas las hijas. Teníamos entradas para  el espectáculo del Mago Pop, en el Teatro Rialto de la Gran Vía madrileña. Las compré con mucha antelación (¡qué éxito tiene este hombre!). Mucho antes de la hora, las 20:30, ya estábamos dispuestas a disfrutar en la puerta del teatro. Salimos convencidas de que “Nada es imposible”, como el título de su magnífico espectáculo.

Domingo: entre fogones y reunión de chicas

Los domingos siempre dormimos un poco más. Bueno, al menos, hasta que nuestro compañero canino nos lo permite. Paseo con Bru y orden en las habitaciones fueron las prioridades. Y luego, a la cocina. No pretendo que Nerea sea una buena cocinera (que sea lo que quiera), pero cocinar juntas es divertido. Mientras ella preparó su especialidad: una ensalada con mezcla de hojas verdes, taquitos de queso emmental, tiras de fiambre de pavo y nueces, y todo regado con un chorrito de balsámico con miel y otro de aceite de oliva, yo cociné unos gallos a la plancha.

juegos de mesa monopoly

Después de sestear (placer dominical), vino de nuevo María a casa, acompañada de Lea, otra compañera del colegio. Se reúnen con frecuencia para participar en juegos de mesa (también de ordenador) y, no me engaño, para hablar de chicos. El año pasado estuve tentada de comprar la nueva versión de Monopoly, aquel juego competitivo con el que, de niña, aprendí a perder mientras otros se hacían millonarios comprando edificios y calles. Claro que lo que no aprendí fue a invertir. Cuando estuve a punto de adquirir la versión millennial, me di cuenta de que estaba orientada a chicos de más edad que mi hija. Así que busqué el mío en casa de mis padres. A las niñas les encanta.

Nuestro domingo acabo apaciblemente, como todos. Y Nerea me contó que estaba planeando con su padre una excursión a las Hoces de Río Duratón, ese maravilloso parque natural, para el próximo fin de semana y que se querían llevar a Bru. Bien.

Nota de la redactora: Lo contado en este relato es real, solo he cambiado el nombre de mi hija y los de nuestras amigas (el perro sí se llama Bru). Pero, repito, elegí un fin de semana redondo. Ya sabéis que hay que poner empeño para que sea así. Propuestas hay muchas; hace falta entusiasmo e imaginación. Y dejaos aconsejar.