¡Hurra por los abuelos!

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abuelo con nietos

Recuerdo la emoción que a mis hermanos y a mí, cuando éramos niños –y no tan niños-, nos producía tener vacaciones para trasladarnos a la ciudad en la que vivían mis abuelos y, sobre todo, recuerdo el cariño con el que nos recibían y la ilusión que nos transmitían en las llamadas telefónicas, con su impaciencia por vernos, desde muchos días antes. Hace ya muchos años de aquello, pero ellos, que habían vivido una guerra, eran alegres, optimistas y fuertes. Los abuelos de hoy son jóvenes –y no solo de espíritu, como los míos o tantos de su generación-. Afortunadamente, los de hoy –y se lo merecen- pueden dedicar tiempo al senderismo, el gimnasio, la lectura… Pero también quieren disfrutar de sus nietos. Pueden; me sienta fatal cuando se les califica de canguros. Vale, los encuentros tienen que ser consensuados con los padres, porque la responsabilidad es de ellos.

Es verdad, y muy injusto, que hay padres que abusan de los suyos para que se conviertan en cuidadores de sus hijos. Pero es más cierto que los abuelos transmiten a los pequeños emociones, les cuentan historias de un mundo que ellos no han vivido, les enseñan juegos rescatados del pasado y les descubren otro universo.

Los beneficiados son los niños

Veo con frecuencia a mi vecina de barrio Rosalía, de 64 años y viuda desde hace seis, pasear feliz con sus nietos. Aitana, de 5 años, y Guille, a punto de cumplir 3, le han devuelto la alegría tras el repentino y prematuro fallecimiento de su marido. Veo también las caritas de los niños, su expresión alegre, cuando, de lejos, la ven venir. Rosalía no es su cuidadora; su hija y su yerno se pueden permitir contratar a una, y de hecho una joven muy simpática entretiene a los peques dos días a la semana por la tarde. Y José y Cristina, los padres de los niños, son quienes cada mañana los llevan al cole y a la guardería. Rosalía ahora vuelve a ser feliz. Me cuenta que se ha apuntado a un taller de lectura y que ha recuperado las tertulias con sus amigas ante una taza de café. Y, como todavía es joven, cuando puede se regala un viajecito. Los beneficiados son también Aitana y Guille porque disfrutan de los cuentos que su abuela les lee, de las historias que les cuenta y de los juegos –la niña ya es una experta en el parchís-. Además, mientras que está con ellos, que es muchas veces porque ella quiere, la tele permanece apagada.

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Como en todo en la vida, hay que llegar a un consenso. Hay abuelos –doy fe de ello- que se quejan y se duelen de lo poco que ven a sus nietos y también hay otros que confiesan que, a pesar del amor que sienten por ellos, les dan mucho trabajo o que, desgraciadamente, debido a pequeños achaques, no pueden asumir tanta responsabilidad. Pues bien, ni lo uno ni lo otro. Repito: consenso; los padres deben ser los responsables. Pero, mientras se pueda, que disfruten (con mayúsculas) unos de los otros.