Un día infernal en…Eurodisney París

Cómo exprimirte seiscientos euros sin hacer prácticamente nada

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Eurodisney París niños

La ilusión de los niños a veces nos provoca  a los padres que nos dejemos atracar a mano armada por los abusivos precios  que imponen las grandes marcas que se han incrustado en el ADN de nuestros hijos.

¿Quién es capaz de poner pegas cuando los críos tienen iluminada su cara por entrar en el parque de sus sueños? Ese sitio que tienen idealizado y que siempre les parecerá perfecto cuando se lo cuenten a sus amigos, a pesar de que incluso ellos tienen en su fuero interno  una sensación de fraude. Nunca lo reconocerán y se autoconvencerán de que fue un momento maravilloso y único en sus jóvenes vidas.

¿Cuál es la realidad objetiva de lo que promete Eurodisney y lo que en realidad es?

Si descontamos la impresionante y fastuosa puesta en escena de sus instalaciones, más por lo enorme que son sus recreaciones de cartón piedra que por la calidad de las mismas,  lo cierto es que no deja de ser un parque de atracciones carísimo (90 euros adulto y 80 euros los niños de entre 3-13 años), repleto de gente y con una capacidad casi ínfima para poder entrar en unas atracciones, por cierto, muy similares a las de cualquier otro parque.

¿Qué es lo que le hace entonces tan apetecible para los más pequeños?

Marca, pura marca. Una ingente maquinaria marketiniana que derrite el cerebro de los niños al hacerlos pensar que van a entrar de lleno en el país mágico de sus ilusiones y serán protagonistas de las mil y una series o películas de dibujos animados que han visto en su televisión o en el cine.

Allí estarán con Mickey, Donald,  Pluto y el resto de sus amiguitos. Podrán jugar, hablar o hacerse fotos con ellos. Pues vaya, tengo que contaros que en 12 horas en el parque no encontramos ni a uno sólo de esos personajes ni de lejos. Lo más cercano fue encontrar un ingente número de preadolescentes con diademas de merchandising simulando las orejas de Minnie (previo pago claro) o de Mickey.

Luego, como en la mayoría de estos sitios, andar y andar. Bueno, más bien deambular observando la cara de cabreo de los padres por el tostón insufrible  de día y el adelgazamiento repentino de su ya escueta cartera.

Y si entras en una atracción vulgar, dos o tres horas de espera no te las quita nadie. Oye, y que en Eurodisney también se estropean y a veces tienes que esperar un tiempo añadido.

A la hora de comer…

Luego intentas comer una maldita salchicha en un puesto y lo más normal es que esperes otra media hora. Primero comprar el pedido, luego recogerlo. Si no has sido previsor y alguno de tus acompañantes ha ‘robado’ una mesa a los mil pares de ojos que acechan por sentarse antes que tú, lo más probable es que te la tomes de pie o en una escalinata sucia y mugrienta.

Evidentemente con tal estrés no has podido tomar café y renuncias. Pero claro, no puedes dejar sin helados a los niños y, por supuesto, esperar otro montón de tiempo para desembolsar un buen puñado de euros.

Llega el momento de las funciones. Da lo mismo el día, será una relacionada con una de las últimas películas de la factoría Disney. Salvo que seas capaz de manejar tu agenda con la pericia de una secretaria ejecutiva, será muy improbable que encuentres un horario adecuado para ver la versión que deseas en tu idioma. Entre pitos y flautas esperarás entre la cola y tu acomodamiento en los asientos otra horita. La función, afortunadamente en la mayoría de los casos, no sobrepasará los 15 minutos.

Bien, ya es por la tarde y apenas te queda tiempo para ver los Studios Walt Disney. Y la verdad no se necesita mucho tiempo más, porque salvo el tren que se para en un par de ocasiones para hacer unos efectos especiales dentro de lo que cabe aceptables, lo demás es un tremendo rollo.

Sales con los pies destrozados, harto de hacer fotos absurdas y con los niños nerviosos por la decepción de su visita.

Ellos cuentan de una forma lógica. Todo un día para montarse en tres atracciones, pasear y estar en las colas más de cuatro o cinco horas. Para comer un perrito y tomar un helado otras dos horas. Para llegar y volver al hotel más de dos horas. “Le diré a mi padre que me ha encantado. Se enfadará si le digo lo contrario después de dos años dándole la lata para venir aquí.”

Saben que la única ventaja del viaje es contar a sus amigos que no han estado todavía, que Eurodisney es alucinante. Se lo creerán. Y los que sí lo han visitado callarán con complicidad y vergüenza mirando para otro lado. Así seguirá el mito.

El padre sin embargo se convertirá en una calculadora humana: “A ver. Somos cuatro: 180 euros de nuestras entradas, 160 de los niños, 50 euros de los billetes de tren y metro, 100 euros de la comida, 50 euros de merchandising y otros 50 de helados y varios. Total… ¡Joder 590 eurazos!”

Y la vuelta es triste. Los niños medio decepcionados, los padres irritados y en el trayecto de vuelta confundidos con una multitud de viajeros que vuelven a sus casas con rostros adustos, tristes y cariacontecidos desde su miserable puesto de trabajo en el extrarradio.

Al final llegamos al hotel con la sensación de haber tenido un día gris, monótono y agotador. ¿Es esa la magia de EuroDisney?

Volveremos de nuevo a Eurodisney y os contaremos…

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